La fama
Entre las atrocidades perpetradas por la humanidad durante el siglo veinte, una harto denigrante fue el establecimiento del régimen de Apartheid en Sudáfrica, esto es, el establecimiento formal de un sistema de segregación racial que permaneció vigente por varias décadas.
Frederik Willem de Klerk fue el último presidente blanco de Sudáfrica. Acaba de morir –el 11 de noviembre último-, a los ochenta y cinco años, casi ignorado: sin publicidad, sin atención, ni homenajes o reconocimiento. El obispo Desmond Tutu –quien murió hace poco también- fue una de las escasas voces de reconocida autoridad moral que agradecieron la labor de de Klerk. Porque fue de Klerk quien puso fin al régimen racista, quien desmanteló el sistema del Apartheid en su país, evitando el sufrimiento de muchos y el desbordamiento de no poca sangre inocente.
Permanecer en la memoria de las generaciones venideras es una forma de la inmortalidad a la que muchos hombres aspiran. La sobrevivencia en la memoria de la humanidad usualmente la acredita la fama. ¿Qué significa eso? Los poetas latinos hicieron de la Fama, la voz pública, una divinidad engendrada por la tierra, que vive en el centro del mundo, en un palacio con innumerables entradas, al que llegan todas las voces de los hombres (de acuerdo con el Diccionario de la Mitología Clásica de Alianza Editorial).
En breve, la fama consiste en la opinión que la gente tiene o conserva de una persona o de un suceso. Puede ser buena, mala o regular y en pocos casos muta con el tiempo.
Por lo demás, hacer juicio de una persona es incurrir en territorio sensitivo, hay que transitarlo con delicadeza. No importa si esa persona dedicó su vida a la actividad pública. Pero, igual, nadie puede ignorar que la fama no acierta siempre, ni es garantía o salvaguarda, independientemente del valor y la magnitud de las hazañas realizadas por las personas.
La fama puede exagerar la realidad o ignorarla. A menudo se confunde y cruza con la publicidad y la propaganda en la actualidad, no obstante haber mostrado con frecuencia ser producto de una maniobra.
Sobreviven otros personajes que caben en la categoría de de Klerk. Personajes cuyos actos, más eficientes que ruidosos, resultaron benéficos para el bien común de un país o región y por lo tanto de la humanidad. Han permanecido ignorados por las veleidades de la fama. Deslumbradas con el poder y la avaricia, la propaganda y la publicidad actuales no son ajenas a esa omisión.
Mijail Gorbachov, quien vive a los noventa años casi en el aislamiento, preocupado por el destino del mundo, es un ejemplo. El ex premier ruso fue quien puso fin a la carrera armamentista y a la rivalidad con Estados Unidos, a la Guerra fría y a la confrontación Este – Oeste. Pertenece a él el mérito de acabar con la amenaza nuclear.
Biografía mínima
Perteneciente a una familia ultraconservadora de origen holandés, de Klerk nació en 1936 en Johannesburgo.
Su abuelo había sido uno de los fundadores del Partido Nacional, el partido de los afrikáners, los descendientes de los holandeses asentados en Sudáfrica tres siglos antes. Dicho partido ganó las elecciones al de los ingleses en 1948, y formalizó jurídica y minuciosamente lo que ya era una práctica: el Apartheid, la segregación racial, la separación radical de las razas (blancos, negros, indios y mestizos).
Años después, su padre fue miembro prominente del gabinete, entre 1950 y 1960.
En 1958 de Klerk obtuvo un diploma en derecho de la universidad de Potchefstroom. Ejerció la abogacía exitosamente por varios años, mientras participaba en la vida cívica y empresarial, hasta que fue electo diputado por el Partido Nacional en 1972. A partir de 1979, mostrada su capacidad y habilidades, ocupó la titularidad de varios ministerios: asuntos sociales, energía y minas, asuntos internos, educación nacional, planeación. En 1986 fue electo líder de la Asamblea Nacional.
Se trataba de ministerios estratégicos en el gobierno de Peter Botha, cuando Sudáfrica bordeaba ya la guerra civil. Mas a inicios de 1989 Botha sufrió un ataque cerebral que lo incapacitó para continuar al frente del gobierno. Botha había sido un bully incapaz de reconocer que el credo del ANC, el Congreso Nacional Africano (la épica organización política en que militaba Mandela) era el nacionalismo africano -nacido años antes en Etiopía- y no la violencia.
Con la salida de Botha, de Klerk es electo presidente del Partido Nacional en 1989 y en septiembre del mismo año se convierte en presidente de Sudáfrica, para el periodo 1989 – 1994.
Su obra
De Klerk no era un ideólogo, pero sí un hombre pragmático. Tampoco era un simulador, como muchos políticos. Llevaba con él el rubor del hombre libre. Al asumir la presidencia tenía en claro que el cambio de sistema en el país era inevitable. Se movilizó rápidamente para liberar a Mandela y legalizar al Congreso Nacional Africano y otras organizaciones. Al mismo tiempo, comenzó a desmantelar el Apartheid de modo sistemático.
El 11 de febrero de 1990 liberó a Mandela, quien era ya una figura histórica a nivel mundial.
En el 92 negoció con Mandela y otros líderes una nueva constitución. Acordó con ellos la transición y el establecimiento de un sistema mayoritario en las elecciones. Mientras tanto, continuaba con el desmantelamiento del sistema racista, allanando el camino para el cambio de régimen.
Acaso haya reparado en el privilegio que lo acompañó aquella etapa: en la mesa de negociaciones para construir el nuevo sistema tuvo como interlocutor a Nelson Mandela. Como fuere, ese ejercicio mereció el reconocimiento mundial tanto a él como a Mandela y compartieron el Premio Nobel de la Paz en 1993.
Pavimentada la ruta, el ANC gana las primeras elecciones multirraciales del país. El presidente Mandela nombra dos vicepresidentes: a Thabo Mbeki y a de Klerk. Este renuncia en 1996 y en 1997 se retira de la vida política. En 1999 establece y dirige una Fundación, la cual preside por varios años.
El legado
Su legado es más valioso que su fama. No sólo liberó a Mandela -una de las mayores leyendas del siglo veinte-, sino que tuvo la visión de prever que sólo podría mantenerse en el gobierno por la fuerza. Al reconocerlo así -que podría seguir aferrado al poder a costa de muchas vidas-, desistió.
Además de la indiferencia de la fama, de Klerk ha compartido con Gorbachev el olvido y la ignorancia en su propio país. Quizás como en recompensa a sus afanes tuvo una muerte tranquila, es decir discreta y apacible. La publicidad ignora que a los hombres de su condición hay que medirlos más por el mérito que por sus éxitos.
Mandela creía que para hacer la paz uno debe trabajar con el enemigo y ese enemigo se convierte en contraparte, en socio. De Klerk fue su contraparte. Fue de Klerk el Presidente bajo cuyo gobierno se desmanteló el sistema racista, quien puso fin al Apartheid.
San Miguel Allende, enero de 2022
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