“¡A ver, a ver! ¿Por qué dices que El Rosario tiene una marca insuperable en materia de embajadores?” Le preguntó Juan S. Millán al emba en una ocasión. Se encontraban charlando durante una de las visitas a Culiacán, siendo él, gobernador de Sinaloa, cuando le presumió el ínclito emba que El Rosario tenía esa marca sobre la cual lo cuestionaba.
“Porque tenemos más embajadores per cápita que ninguna otra ciudad del Estado”, respondió enfático, “si se toma en cuenta que somos dos embajadores – aunque ambos en retiro – y el centenario mineral cuenta con unos 15,000 habitantes, eso nos da uno por cada 7,500”, remató.
La carcajada no se hizo esperar, “de veras que somos distintos los rosarenses”, reflexionó el gobernador. Y es cierto, la gente de El Rosario es en verdad distinta, especial, no solamente por ese inventado récord, sino por muchas otras razones. El Rosario ha dado personajes históricos relevantes, como deja constancia la figura de Don Pablo de Villavicencio El Payo del Rosario; también artistas vieron su primera luz en mi tierra, empezando por la inolvidable Lola Beltrán, así como toda la familia Infante (con la excepción de Pedro, nacido casualmente en Mazatlán; incluso en materia deportiva se aprecia la distinción, pues era rosarense la inolvidable Irma Urrea Murray, campeona nacional casi perene de boliche, quien llegó a ostentar el título de campeona mundial, primera (y única) mexicana en haber alcanzado ese galardón, amén de ser integrante del Salón de la Fama Internacional de ese deporte.
Y, por supuesto, no podemos olvidar a Horacio Llamas, primer basquetbolista mexicano en la NBA (Liga profesional de basquetbol de los Estados Unidos).
Pero eso es sólo el principio. ¿Cuántos lugares conoce usted que puedan presumir de haber sido lugar natal de uno de los elementos clave del movimiento sandinista que derrocara a Somoza en Nicaragua? Me refiero al “comandante” Víctor Manuel Tirado. Efectivamente, “El Chito” Tirado (también somos muy igualados) participó en el movimiento que cerró el amargo capítulo de la historia nicaragüense conocido como la dictadura de Somoza. Luego, al triunfo de la revolución, se incorporó al gabinete con el rango de ministro y hasta la fecha radica en Managua.
Hago aquí un breve paréntesis para comentar que, por algún extraño designio del destino, El Rosario se ha ligado de manera inusitada con Nicaragua.
Además del ya citado personaje habría que recordar que Don Francisco Apodaca y Osuna, nativo de Cacalotán, Rosario, Sinaloa, fue embajador de México en Managua y entre su equipo iba otro rosarense, Rigoberto Lizárraga Rendón. El propio emba, cuando era Cónsul General de México en Sao Paulo, Brasil, recibió la encomienda de hacerse cargo de los asuntos de Nicaragua pues carecía la hermana república de una representación en aquella metrópoli. Visto así, pues, fue Cónsul de Nicaragua durante tres años.
Lo dicho, rara y memorable vinculación es esa.
Por ahí se rumora que el propio Sandino tenía raíces familiares en El Rosario, pero me temo que eso no lo puedo verificar, tiene más bien visos de leyenda.
Pero volvamos a nuestra narración.
La diplomacia ha sido característica distintiva de los “chupapiedras” (apodo de los rosarenses por su origen minero), aunque no me refiero aquí a la conducta cotidiana de sus habitantes, que probablemente es todo lo contrario de la definición clásica. No, hablo de que el número de rosarenses que ha incursionado en la diplomacia es admirable y tal vez poco conocido.
Sabemos que la literatura se ha enriquecido con la obra de Don Enrique Pérez Arce, amén ser uno de dos gobernadores; y sin duda resuena en esa materia el nombre del poeta Gilberto Owen. Sin embargo, poco se habla de la carrera diplomática de Owen. Sirvió en los consulados de México en Nueva York, Detroit y Filadelfia; luego en la embajada de México en Perú, donde cometió un error diplomático serio al inmiscuirse en política local, lo que motivó que lo enviaran a abrir el consulado en Guayaquil, Ecuador. Más tarde regresó al Consulado en Filadelfia donde falleció.
Otra coincidencia más: también fue cónsul en Filadelfia otro rosarense, Don Antonio Espinosa de los Monteros, quien además fue embajador de México en los Estados Unidos de 1945 a 1948.
¿Llevan la cuenta de los diplomáticos? Pues aún faltan.
Como mencioné antes, Don Francisco Apodaca y Osuna fue embajador en Nicaragua, pero también lo fue en Líbano y Finlandia.
Carlos González Magallón, actualmente retirado y residiendo en Guadalajara, fue embajador en Yugoslavia y en Nueva Zelanda, amén de haber servido como cónsul en Osaka, Japón; Albuquerque, Nuevo México, Nogales, Arizona y Houston, Texas.
Por cierto, el emba y él coincidieron en Texas pues a la sazón fungía éste cómo titular del Consulado General en Dallas. Creo digno de hacer notar que, durante tres años, eran oriundos de El Rosario, Sinaloa, los titulares de los dos más importantes consulados de México en el Estado de Texas, y de segundo y tercer lugar después de Los Ángeles y Chicago en toda la Unión Americana.
La natural modestia del emba (¿?) le impide abundar en los detalles de su propia carrera, baste mencionar que anduvo rodando por el mundo y solamente le faltó servir en África, después de haber estado adscrito a Norte, Centro y Sudamérica, Asia y, para una conferencia internacional, también en Europa.
La presunción de tener el más alto número de embajadores per cápita se basaba en la coincidencia de González Magallón y el inefable “emba”, pero en realidad siempre hubo rosarenses en el servicio exterior, no necesariamente sólo como embajadores.
Veamos: Orlando Espinosa de los Monteros continuó la tradición familiar como agregado cultural en varias naciones; Rigoberto Lizárraga realizó una larga carrera administrativa que lo llevó por todo el mundo, desde la propia Nicaragua (una coincidencia más), Jamaica, Líbano y terminó su carrera en el consulado en Phoenix, donde coincidió con otro rosarense, el hijo del emba, Alan Hubbard Frías. Alan ha servido en Phoenix, Arizona, en San Bernardino, Calif., en Albuquerque, Nuevo México; luego en Toronto, Canadá, en Laredo, Texas y se encuentra actualmente, por segunda vez, en Washington.
Ya lo ven, no sólo surte el mineral de diplomáticos al servicio exterior, también los une entre sí, de una u otra manera, las coincidencias son notables.
Falta todavía destacar la importante contribución de índole internacional efectuada por otro notabilísimo chupapiedras, me refiero al Dr. Guillermo Gosset Osuna, reconocido como Sinaloense Ejemplar en el Mundo.
En efecto, Guillermo dedicó su vida al estudio de la medicina y muy particularmente a la Medicina Pública. Para muestra basta un botón: Fue consultor de la Organización Mundial de la Salud en Pakistán, donde contribuyó a erradicar la viruela, hazaña que repitió en Somalia, donde además logró acabar con el último brote de ese mal por allá por 1977. También fue Consultor en Epidemiología para la zona Fronteriza de México y Estados Unidos, adscrito en la oficina de campo de la Organización Panamericana de la Salud, misma labor que realizó en Honduras y República Dominicana. Se trata de otro tipo de diplomacia, pero tanto o más meritoria que la de los diplomáticos antes señalados.
Claro que no significa eso que TODOS los rosarenses sean diplomáticos, imposible ignorar la profusión de locos, vagos, ocurrentes y chuscos. Mi papá decía que, a diferencia de otros pueblos, El Rosario nunca tuvo el loquito ese que todos conocen y toleran, así que nos tuvimos que turnar todos para llenar el cargo dignamente.
Créanme que ese rubro lo hemos cubierto a satisfacción, vean nada más la trayectoria del emba; pero eso tendría que quedar para una segunda colaboración, de otra índole y tenor.
Saludes
El emba, aniversariado.
¿Habría un parentesco entre don Genaro Estrada Félix y Gilberto Owen Estrada? se sabe que la madre de don Genaro era de El Rosario y que a la muerte del padre radicaron ahí. Queda también la duda si don Genaro Noris, ministro plenitpotenciario de México en Panamá a la fecha del nacimiento de Carlos Fuentes allá, era nativo de El Rosario.