Este es un refrito de una epístola escrita por el emba en el más confuso e indescifrable, pero chusco, estilo de que es capaz. El escrito es de hace tiempo, pero adquiere actualidad porque hay personajes en la historia narrada que suenan muy actuales. Allá ustedes si se atreven a leerlo.
EL ALCALDE TOM LEPPERT VIENE A MÉXICO.
Me permito dirigirme a ustedes, muy atentamente, con la finalidad de dirigirme a ustedes muy atentamente.
Muy Atentamente
El Emba
PD. Olvidaba decir que la semana pasada se llevó a cabo el muy anunciado (¿?) viaje del alcalde de Dallas, Tom Leppert, a México, con destino específico en la ciudad de México y Monterrey. Me tocó (y me dejó medio tocado), organizar el periplo y conducir su desarrollo (el del periplo, no el de usted), con tan buena fortuna que el alcalde regresó emocionado, entusiasmado, aleccionado, motivado y alborotado, mientras que el de la voz regresó bastante cansado.
Tenía yo todo preparado (rima involuntaria) con base en la fecha y hora de la entrevista más importante: La que tendríamos con mi jefa, la Canciller Patricia Espinosa, así que armé todo alrededor de ese evento y no dejé ni una rendija en el apretado programa de mi poco apretado amigo Tom. Pues bien, el viernes previo al domingo ese en que me fui, me llamaron de Relaciones como a las diez PM para avisar muy amablemente que la entrevista clave se cambiaba de las 11:30 AM a las 2:00 PM. Ya ni llamé a los demás componentes de la comitiva, pues nada se podía hacer en fin de semana y a dos días del inicio del viaje.
Total, con uno que no duerma basta.
El domingo se demoró el vuelo como dos horas, pero alcancé a llegar a México a cenar con los amigos Estrella Sámano y Miguel Ángel Hernández (a) El Rorro, ínclito hijo putativo de El Rosario. Fue la única comida decente en cuatro días.
El lunes estuve en un agradable desayuno con mi admirado paisano el Ing. Rodolfo de la Vega, allí mismo en el hotel donde me hospedé, que por cierto tuve la fortuna de conseguir (el hotel, no a Rodolfo) a precio espacial (sic), digo, porque andan por las nubes sus tarifas. Mi presupuesto murió muy repuesto. Luego me fui a Relaciones cargado de argumentos, afortunadamente todos a mi favor. ¡Que si no…! Sí les reclamé que no me habían ayudado a pre documentar a toda la comitiva en el vuelo a Monterrey, pues la salida, era a las 4:00 PM y la entrevista con la Canciller a las 2:00 PM.
A pesar de todos los argumentos que llevaba preparados, los colegas me dijeron que sí, antes de dejarme usarlos. ¡Tanto trabajo! ¡Me dio un soponcio!
El caso es que me fui de retache al hotel a darles la mala noticia a los de la comitiva, así como que la solución ya se había encontrado. Los susodichos pasaron del infarto al cuarto…para las 3:00.
Todos se alió, que diga, salió muy bien, desde la recepción que dio mi colega (Tony Garza) en el Club de los Banqueros (aclaro, no son puros batos que están en la banca), donde por cierto me acaparó el propio Tony platicando de Brownsville, de donde es vecino, o fue y como yo anduve por esos lares cinco años… Luego fue la cena de la Cámara de Comercio México-USA y ya. Digo que ya, porque después de eso nos fuimos a dormir, pero no sin antes encontrarme con Alfredo Philips Olmedo en la cena esa, por cierto, muy bien conversado el señor, la charla fue larga e interesante.
El martes hubo desayuno de la gente del aeropuerto de Dallas con los operadores turísticos; luego a la Secretaría de Educación, para veinte minutos de discursos; otros diez minutos (no los mismos, conste) para ver los murales de Don Diego Rivera, luego caminamos hasta el Zócalo por las calles de Brasil y Donceles. Como el alcalde es maratonista me las vi negras para seguirle el paso, pero fuimos viendo las maravillas del downtown chilango, hasta que sonó mi celular (otra vez, no paraba) y era todo el resto de la delegación que ya se habían perdido de vista y perdido en la ciudad.
Como pude les di las destrucciones para que nos alcanzaran en el Monte de Piedad, pues al lado (de allá) se encuentra, si se busca, el restaurante donde programé el almuerzo para antes de ir a ver al Jefe de Gobierno del DF. Bueno, allí lo programé, pero comimos en otro. Como tiene terraza y todo (el restaurante, no el Jefe), pos me puse de guía de turistas a explicar la historia del centro histórico, Templo Mayor, Catedral, Palacio Nacional, volcanes, que no se veían, pero les juré que ahí estaban, por ese rumbo. Comimos a las carreras y caminamos (en friega) hasta la oficina del Pejefe Marcelo Ebrard.
Muy buena la reunión, en una sala chiquita que parecía closet, donde los que entramos lo hicimos de ladito. Se entendieron muy bien los meros meros. Marcelo, en muy buen inglés, le dijo a Tom que ya le había ganado el tirón el alcalde de Houston en reciente visita, pero Tom, raudo y veloz, inquirió ¿Houston? ¿Por dónde queda eso? Marcelo sonrió y le pidió a su secretario un mapa de Texas, que nunca llegó.
De ahí nos trasladamos a la reunión más importante: con mi jefa la Canciller.
Llegamos a la 1:55 PM, OSEA faltando cinco minutos para la hora señalada. La recepción fue apoteósica, monumental, masiva, entusiasta, pero en otra puerta porque por donde llegamos no había nadie esperando. Un conserje llamado Ipso Facto se ofreció a llevarnos a Protocolo, pero allí tampoco era la cosa. Por fin nos llevaron hacia la escalera que conduce al piso 21, sólo 14 pisos hacia arriba. Llegamos un poco agitados, con tan buena suerte que tampoco había nadie, de modo que tuvimos tiempo de recuperar el aliento y tomar asiento.
La reunión fue muy agradable para ambas partes, pero como el vuelo era a las 4:00 y ya eran las 2:45, le metimos velocidad y salimos de volada al aeropuerto, donde llegamos barridos (y regados).
Ya en Monterrey la cosa fue distinta, porque ya no era yo el responsable de que todo saliera bien o mal, pero que saliera. Allá nos recibió un alto funcionario (como metro noventa) de la presidencia municipal de la municipalidad municipal de allá, que se hizo cargo de todo.
Fuimos a una cena con el presidente Madero (así se llama, qué quieren), hubo bailable folklórico de esa danza donde usan machetes y los texanos quedaron muy impresionados. El presidente municipal me dijo muy atento «yo creía que eras mexicano»; el Cónsul Americano me hablaba en portugués (viene de Brasil), el rector del Tec no fue a la cena, etcétera.
En la mañana, luego de visitar la empresa Mary Kay, acudimos a recibir una presentación del puerto interior de Monterrey; para culminar con el más importante evento regiomontano: la comida en casa de gobierno. El Gobernador Natividad González Parás muy amable, agradable y afable; y el director de asuntos internacionales, mi paisano Carlos Almada, otro tanto. Por cierto, éste se aventó la puntada de decir que me conoce hace desde sesenta años, o sea, desde antes de que naciera (¡él!). Pero nos fue a todo dar. Allí nos tomamos la foto de grupo con toda la bola de integrantes de la comitiva alcaldil.
En la noche recorrimos el paseo del río, monumental obra que debe haber costado un Potosí y medio, pero que sirvió para que los tejanos se alborotaran a hacer similar Venecia (en la azotea), total ¿cuánto puede costarles? ¿Unos ochenta millones de dólares? ¡bah! Más se gasta Jerry Jones en un solo jugador de los Vaqueros de Dallas.
Nos retachamos para atrás el jueves en la mañana, directo a una conferencia de prensa en la que el alcalde hizo un recuento del viaje y sus logros, los concejales hicieron un recuento del viaje y sus logros; y yo lancé un suspiro de alivio. ¡Sobreviví!
Saludos de su amigo:
El Emba, emperiplado.
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