(Tomado del libro del Emba: “Diplomata”)
Para nadie es secreto que el portugués es una especie de español antiguo que se entiende perfectamente con sólo hablar pausadamente. Al menos eso creíamos nosotros al llegar a São Paulo, pero la realidad resultó ser muy distinta. Hay muchas palabras que se escriben y pronuncian igual pero significan lo contrario y esa fue la primera y sorprendente impresión.
Doña Susana, la secretaria del titular en el Consulado General de México – yo, pues – una uruguaya muy culta y distinguida que con su esposo habían tenido que exilarse cuando se entronó allá una dictadura militar, fue la primera maestra. Nos advirtió acerca de las ignotas contradicciones. “Oiga cónsul”, me dijo en una ocasión, “escuché que felicitó a la anfitriona en la comida del otro día diciendo que todo había estado exquisito, pero eso significa aquí algo raro, extraño, casi feo”. No lo podía creer. En todas las lenguas romances, hasta en inglés, exquisito significa lo mismo: delicioso, sabroso, agradable; en todos los idiomas menos en portugués. También me advirtió Susana que lo que acaba de proponer al abogado del consulado era una barbaridad, pues cuando me informó el tribuno que había una demanda laboral pendiente me pareció lógico preguntar si podíamos “transar”, pero Susana me aclaró que eso significaba en portugués “hacer el amor”; igual que “trepar”. ¡Recórcholis!, aquello se ponía cada vez peor.
Luego fuimos a una tienda departamental y la empleada nos recibió con un sonoro “¡pues no!”. ¿Pues no qué? Nos preguntamos, ¿no hay?, pero resultó ser otra expresión idiomática, la chica se estaba poniendo a nuestras órdenes.
Hay una cadena de palabras que muestran claramente el problema de las interpretaciones erradas. Si su auto se descompone lo lleva a: “la oficina”, no al taller, pues éste es un juego de cubiertos. Bueno, pero si quiere ir a la oficina ¿cómo lo dice? “pues que va al escritorio”. Escritorio se dice “mesa”, la silla se llama “cadeira”, así que una secretaria con “cadeira giratoria” no es más que una silla secretarial. Para limpiar se usa la basura, que es una escoba, salvo que escoba es el cepillo dental. Una borracharía no es cantina, es una vulcanizadora. Cuidado con esos extraños acentos en forma de culebritas, pueden cambiar totalmente el significado de una palabra. Por ejemplo, “pao”, sin ese acento, es palo, mientras que pão significa pan y se pronuncia “paon”. Imaginen la vergüenza de aquella señora que le preguntó al panadero si tenía el “pao” caliente. Algo de eso sospechábamos cuando entendimos que los fanáticos al fútbol son “hinchas”, pues “la porra” es el semen.
No debe referirse uno a la prenda de vestir como “saco”, pues eso son los testículos, hay que hablar del “paletó”. Tomar, agarrar, se dice “pegar”; pero tomar foto es “tirar foto”. Conosco (sic) significa “con nosotros” y la “d” suena como “y”, de modo que si dan las gracias les responden “yi nada”. Usualmente un “largo” es una plaza y una tienda es una loja, pronunciado loya. Un tipo cualquiera es un cara, y la cara es la face.
Las costas son las espaldas y si se quiere referir a la costa hay que decir litoral. Llamar por teléfono es “ligar”, no confundir con otra connotación, por favor.
Los hijos son las crianzas, un vaso es la tasa del excusado, la cerveza es “chopp” – pronunciado choppi – y esto me conduce a otra de las extrañas peculiaridades del portugués. Con el ánimo de suavizar la pronunciación, me imagino, en portugués a las palabras que terminan en consonante fuerte se les agrega la letra “i” automáticamente. Así, la línea aérea que nos llevó a São Paulo es Varig, pero se pronuncia “Várigui”. De ahí surgen expresiones que provocan risas, como por ejemplo decirle a cierto primate fílmico “Kingui Kongui”, o bien describir una metrópoli del oriente como “Hongui Kongui”, sin olvidar que la gran manzana norteamericana es “Nueva Yorki”.
También hay que entender que en portugués el sonido de nuestra “ñ” es representado como “nh” y por tanto la calle Manhatan se conoce como “Mañatán”, pero ahí no le agregan la “i” al final, lo cual la convertiría en “Mañatani” y ya sería mucho. ¡Ah! Y hay que tener cuidado con una letra en especial. La “Q” se debe pronunciar “qué”, pues si se dice como en español, “cu”, se está hablando del orificio anal. Y va de historia: mi hijo Enrique tenía en la escuela clases de portugués y un día la maestra les pidió a los de diversas nacionalidades que presentaran un festival cultural con alguna manifestación artística de su país. Mi hijo decidió cantar una canción ranchera de esas muy melódicas, tristes y melancólicas, pues notó que los brasileños tienen preferencia de un género musical que ellos llaman “choro” (llanto) y que se parece al nuestro. En aquella ocasión se preparó bien y en su momento se lanzó a entonar las notas de la canción aquella. Todo iba bien, hasta que llegó el momento de soltar la voz y cantar a voz en cuello “¡Cu, currú, cu, cúuuu!” La maestra horrorizada le ordenó callar y le reclamó el uso descarado de aquellos improperios para asombro y desconcierto del muchacho, que no alcanzaba a entender qué había dicho mal.
También es de mencionar que la letra “L” suena como “U”, por lo menos en las regiones norteñas. Así, el nombre del país resulta ser “Brasiú”. No debe sorprenderse si al responder a una pregunta le dicen simplemente “ta”, es que reducen la frase “ta bom” (está bien) y la dejan en ese breve “ta”.
Susana me recomendó ver mucha televisión a fin de ir acostumbrando el oído al portugués. Así, pude reconocer al presidente José Sarney (la gente le decía o Sarney, lo cual significa “el Sarney”, muy al estilo sinaloense), quien me sorprendió la primera vez que lo vi en la TV, pues dijo textualmente que revelaría sus actividades político-electorales para que “o povo nao este-me xingando” (para que el pueblo no me esté chingando). Bueno, la letra “X” se pronuncia como “ch”, y la palabra xingar sólo significa “reclamo airado”.
Tal vez por todo esto es que cuesta tanto trabajo a los hispanoparlantes aprender buen portugués. De hecho, aprenden (aprendimos) a comunicarse aceptablemente en corto plazo, pero no en portugués, sino en una curiosa mezcla conocida como “portuñol”. Sí, hablando español salpicado de algunas expresiones es posible pasarla bien sin esforzase mucho.
Otro enfoque de esto del idioma se presentaba cuando acudía yo a solicitar algún servicio o a hacer alguna compra. Como mi pronunciación era mala, dejaba traslucir mi origen hispanoparlante y provocaba extrañas reacciones. Muchas veces sentí cómo se enfriaba el ambiente y el servicio se tornaba rudo, desatento, hasta que caí en cuenta de que aquellos interlocutores creían que era yo argentino, y en cuanto aclaraba que era mexicano volvía la calidez, de inmediato hacían referencia a Guadalajara, pues estaba fresco aún en la memoria colectiva lo bien que fue recibida su selección en aquel inolvidable mundial. De inmediato me afirmaban su afecto, “¡aah! os mexicanos (mechicanos) são nossos irmaos”, aseguraban, sin precisar qué grado de parentesco los unía con sus vecinos del sur.
En cambio, mi primera experiencia en el trato con los diplomáticos brasileños me mostró otra cara. Durante mi entrevista con el encargado de asuntos consulares de la cancillería brasileña, quien me recibió en su despacho de Brasilia, hice un breve resumen de mi carrera, en mi deficiente portugués, que en realidad no era gramaticalmente equivocado, pero la pronunciación dejaba qué desear.
El funcionario me interrumpió de pronto y me pidió que mejor habláramos en inglés. Abochornado, cambié y proseguimos la entrevista en inglés, hasta que ahora fui yo quien interrumpió, picado mi orgullo y seguro de mi dominio del idioma, solicité que mejor volviéramos a hablar portugués. Debo confesar que la reacción del colega brasileño fue del todo inesperada, soltó una carcajada y se disculpó por el previo desplante.
Isso e tudo, por enquanto.
El emba, emportuñolizado
Me encantó. Son muchos los «falsos amigos» que nos meten en líos. Gracias por compartir sus experiencias, un tanto parecidas a las mìas en Timor Leste.