Pues resulta que el emba se puso serio como parte de sus propósitos de año nuevo y ha producido una pieza literaria acorde con su inveterada costumbre de escribir sobre lo que ignora. Ay sabrán si se arriesgan a leerla. Buena suerte.
En el año de 1994 regresé al servicio exterior después de un breve paso por el gobierno del estado de Sinaloa, donde había sido representante en el entonces Distrito Federal y luego director del fideicomiso de promoción del turismo (Promotur), básicamente a cargo, en este último caso, de la culminación del proyecto “Marina Mazatlán”.
A mi retorno, el Subsecretario de Relaciones Exteriores me comisionó a la consultoría jurídica del secretario, donde me hice cargo de diversas carteras. Tal vez porque nadie lo quería o probablemente porque no se le daba mucha importancia, descubrí al tramitar el caso de una pintura en posesión de nuestra embajada en Nicaragua que era reclamada por el gobierno de dicho país, que el tema de bienes culturales estaba acéfalo, así que a falta de otro incauto me lo asignaron y ello desencadenó todo lo que vengo a narrarles hoy.
En aquellos días recibí un lote de bienes arqueológicos recuperados por nuestro consulado general en Houston, que por cierto resultaron ser todas réplicas, pero la ceremonia se realizó y ahí se dio a conocer en la TV que había un responsable de esos temas y que ese responsable era yo. Estaba pendiente de responderse una invitación de César Costa y Rebeca de Alba, quienes conducían un programa matutino de comentarios en Televisa y deseaban entrevistar a alguien sobre el tema del Penacho de Moctezuma. Era obvio que debía acudir yo, máxime cuando no había otro voluntario.
Esa fue la primera vez en mi vida que estudié algo sobre el Penacho.
Supe que en Viena estaba un bien cultural que popularmente se conocía como el Penacho de Moctezuma, pues se decía que Moctezuma lo había enviado a Hernán Cortez como regalo y Cortez lo había remitido a España, donde el Rey a su vez lo obsequió a sus parientes (Carlos V era alemán), hasta llegar a Austria donde se encontraba ahora.
Con esa escasa información me lancé a la entrevista y salí más o menos bien librado del trance, aunque más tarde cayera en cuenta de que dije varias inexactitudes. Pero en la Cancillería quedaron muy complacidos con la entrevista, según algunos porque me conduje bien y según otros porque finalmente habían encontrado a alguien que le entrara al asunto del Penacho.
Casi al día siguiente fue a verme un hermano del entonces Secretario de Gobernación Esteban Moctezuma Barragán, quien me contó que ellos eran descendientes directos del Emperador y que estaban sumamente interesados en la recuperación del Penacho. Empecé a preocuparme y vislumbré por qué nadie quería encargarse del tema.
Luego acudió a darle seguimiento a la petición anterior uno de los más importantes personajes de esta saga: la Sra. Blanca Barragán Moctezuma. Ella también, al igual que los Moctezuma Barragán, se auto declaraba descendiente directa de Moctezuma II, por vía de la hija de éste, Tecuichpo. La escuché, respetuosa y nerviosamente, mientras me preguntaba cómo es que sigue vivo el apellido si la descendencia es por vía materna, ¿Qué no se pierde el apellido en esos casos?
Esa familia representaba un gran peso político, de suerte que no era fácil descartar sus peticiones, aunque debo confesar que el Secretario nunca se acercó a pedir nada. Ya francamente preocupado me sumergí en los archivos y encontré un interesante memorando de nuestra embajada en Austria, así como información sobre “la hija de Moctezuma”, por cierto, nombre muy popular para cantinas en la CDMX.
Lo primero que me saltó a la vista fue que la embajada asegurara acerca del penacho: “sin que pueda aseverarse categóricamente que perteneciera al emperador Moctezuma”. Hasta ese momento, todo mundo, menos los austriacos, aseguraba que la pieza exhibida en el Museo de Cultura Popular de Viena era El Penacho de Moctezuma. Un estudio reciente demostraba que efectivamente Moctezuma mandó a Cortez una serie de regalos, entre los cuales se contaba un “penacho de plumas verdes con hilo de oro”, pero no había manera de comprobar que ese penacho que está en Austria era aquel que Cortez recibió de Moctezuma. Tampoco se puede probar que los emperadores aztecas usaran penachos a guisa de coronas, aunque se hablaba popularmente de “La Corona Azteca” al referirse al Penacho. Volveré sobre esto adelante.
La segunda sorpresa fue que al parecer había habido presiones de particulares, pero nunca una solicitud oficial. La embajada en Viena aseguraba que se habían presentado presiones de diversas fuentes privadas para que las autoridades austriacas devolvieran a México la pieza arqueológica, “sin una petición oficial de por medio”. “Las autoridades de este país han evadido dar una respuesta terminante sobre el caso, tienen dificultades para pronunciarse sobre tal cuestión porque ello sentaría un precedente que podría ser usado por otros países para reclamar piezas de valor cultural. Al mismo tiempo, una rotunda negativa a una petición formal del gobierno de México podría ocasionar una situación incómoda en las relaciones con nuestro país, misma que las autoridades austriacas desean evitar.”
¿Entonces no era cierto que se hubiese reclamado formalmente la devolución del Penacho en 1991, sin tener respuesta del gobierno austriaco?
Independientemente de las dudas, que ya eran numerosas, estaba seguro de que aquello se iba a complicar, o como decía mi papá “la cosa se va a poner que temor diera”. Decidí pedir ayuda a algunos amigos y conocidos y uno de ellos, Rodolfo de la Vega, me llevó a entrevistarme con el historiador Silvio Zavala, un anciano muy sabio y por cierto cascarrabias, que me dio tremenda regañada porque “presta usted atención a todos esos farsantes”.
Me indicó que efectivamente Hernán Cortez mandó a España un cúmulo de piezas que le regalara Moctezuma en un intento por evitar que saliera de Veracruz rumbo a la capital del imperio, Tenochtitlán; entre esos regalos iban varios penachos, pero que para empezar los penachos no eran coronas porque los Tlatoanis usaban una especie de diadema al actuar como emperadores; los penachos eran para ceremonias religiosas pues el Tlatoani era también sacerdote y tenía varios ejemplares de cada uno.
Me dio ejemplos de cómo esos ilusos que ahora reclamaban el supuesto Penacho habían preservado el nombre, a guisa de título de nobleza, agregando apellidos cuando se rompía la secuencia de la descendencia por vía paterna. Incluso se quejó de que los descendientes habían vendido los títulos descaradamente. Insistió en que Cortez mandó al Rey “un penacho”, no “El Penacho” y que incluso si se aceptaba que el Penacho fuese Corona Real, eso mismo era el principal argumento en contra, pues ningún Rey renuncia a su corona.
Pero regañado y todo no podía yo ignorar las presiones de la familia, especialmente de Doña Blanca, que era y es de lo más agresiva y persistente, tal vez por estar genuinamente convencida de la justicia de su causa. Más aún, por aquellos meses conocí en la consultoría al otro personaje clave en esta narración.
Imagínense que en las elegantes oficinas de la Cancillería se aparece de pronto un tipo vestido con túnica de manta, con largo cabello y calzando huaraches, quien se anunció como “Xoconoxtle Gómora”. La sorpresa fue mayúscula cuando preguntó por mí, por nombre y apellidos, y señaló que deseaba hablar sobre la recuperación de La Corona Azteca (Yankuikanahuak).
Claro que lo recibí, me contó que había visto mi entrevista en televisa y que se alegraba de que al fin alguien tomara en serio este trascendental tema. Yo no sabía nada de él, pero como me contó que vivía en Europa y se pasaba los veranos en Austria, siempre luchando por la devolución de La Corona, se me ocurrió solicitar a nuestra embajada más información sobre el curioso personaje.
Contestaron con una larga nota que dejaba en claro que el personaje había tenido confrontaciones con el gobierno de Austria y con la propia embajada.
“El Sr. Gómora en ocasiones da muestras de absoluta falta de seriedad en su discurso. se ostenta como -azteca- descendiente directo o reencarnación de Moctezuma II (aunque especialistas calificados, como el Dr. Miguel León Portilla, señalan que no habla náhuatl); se atribuye poderes sobrenaturales (como curar enfermos y resucitar muertos); le confiere facultades milagrosas al penacho en cuestión. Año tras año, siempre en verano, reemprende su misión tocando puertas y recopilando firmas.”
Casi al mismo tiempo salió en la prensa que: El gobierno de México reclamó formalmente en 1991 a las autoridades austríacas la devolución del Penacho, sin obtener respuesta, y que, desde entonces, investigadores, indigenistas e incluso descendientes directos de Moctezuma -como la historiadora Blanca Barragán Moctezuma (decimoquinta generación)-, habían luchado por su regreso con numerosas manifestaciones realizadas en Austria y Alemania.
Austria nunca ha aceptado ceder la pieza a México alegando su extremada fragilidad, decía la nota.
Me encontraba, pues, en una verdadera encrucijada y decidí asumir una postura que reflejara los intereses del país, que evitara confrontar a la cancillería con mexicanos y austríacos, y que además dejara en claro cuáles eran las verdaderas circunstancias objetivas prevalecientes.
Luego se me presentó una oportunidad de oro al ser nombrado jefe de delegación a la convención de UNIDROIT en Roma sobre recuperación de bienes culturales ilícitamente sustraídos. Allá se me apareció el tal Xoconoxtle, quien sin pedir autorización se puso a ejecutar danzas aztecas junto con varios de sus compañeros en pleno vestíbulo del palacio sede de la convención.
Iban todos vestidos a la usanza indígena, aunque su fisionomía no era precisamente indígena. Estaban allí en el vestíbulo del Palacio de Trastévere en Roma, donde se efectuaba la sesión de UNIDROIT. Tuve que negociar con él para que salieran a danzar a la calle, pues además de los disturbios provocados con sus danzas, habían colocado en el piso venta de curiosidades y artesanías, cosa que está prohibida por el estricto reglamento de uso del palacio. Por suerte pude convencerlos y se llevaron su tianguis afuera.
Debo señalar que con la asesoría de Jorge Sánchez Cordero logramos que se aprobara de una convención sobre recuperación de bienes, sólo que sin efecto retroactivo.
Durante las discusiones de dicha convención se me ocurrió una posible salida airosa para el complicado asunto. Escuché que México había aceptado en comodato (préstamo) vitalicio el retorno por parte de Francia de ciertos bienes históricos, consistentes en algunas de las cartas de Hernán Cortés, sin que ello implicara reconocimiento de propiedad de nuestro lado. De esa manera, la potencia poseedora no temía que se creara un precedente que la obligara, eventualmente a devolver otros bienes.
¿Por qué no proponer a Austria un acuerdo similar? Claro que Austria nunca ha aceptado que ese bien cultural sea “El Penacho de Moctezuma”, de suerte que la petición tendría que referirse a ese bien cultural que los mismos austriacos reconocen como mexicano, sea lo que sea.
Al parecer ya se había llegado a esa misma conclusión en la Cancillería, unos diecisiete años tarde. Bueno, en realidad nunca es tarde, habría que ver si en verdad progresaría tal iniciativa, a la luz de las resistencias de la familia de “descendientes”, así como de los “indígenas”, quienes insisten en que se trata del Penacho de Moctezuma y quieren que así se reconozca oficialmente, no aceptan que se gestione como si se tratara de un bien cultural mexicano anónimo.
Considero que no está a discusión si la familia Moctezuma es o no descendiente directa de la hija del emperador Moctezuma (Tecuichpo); tampoco se debe impugnar la autenticidad del Penacho como Corona (Yankuikanahuak), aunque existen motivos para ello. El tema es la existencia de un bien cultural mexicano en el extranjero y el procedimiento para su recuperación, así como las posibilidades reales de éxito ante la ausencia de un marco legal que lo fundamente. Hasta ahora ha sido esta cancillería quien ha dado respuesta negativa a las gestiones de ambos grupos, lo que no parece prudente.
Finalmente, Miguel Gleason concretó en 2001 un proyecto de recopilación de objetos mexicanos en Europa y encontró que en 17 países europeos hay unas 100 mil piezas de arte prehispánico, novohispano y contemporáneo, en forma de arquitectura, objetos arqueológicos, pinturas, códices y arte plumario, entre otros.
Se basó en catálogos y el apoyo de los agregados culturales de las embajadas de México. Dio con lo que él consideró las piezas más valiosas de su investigación: los códices mayas y las obras de arte plumario. En la parte correspondiente al Penacho de Moctezuma, lanza de nuevo a debate el tema, pues con entrevistas a los que lo estudian concluye que nunca perteneció al último emperador azteca y que nunca fue su tocado.
Para mí, la experiencia fue emocionante y aprendí muchísimo, para bien y para mal. Dudo sinceramente que se trate del Penacho de Moctezuma, ni siquiera que sea uno de los penachos del emperador, pero entiendo las complicaciones políticas del asunto y entiendo que la Cancillería no tiene por qué convertirse en el villano. Por ello, recomendé en aquel entonces evitar declaraciones sobre la legitimidad étnica o de estirpe de los grupos interesados; eludir igualmente la bizantina discusión sobre la identidad del bien cultural en exhibición en Austria pues ni se puede probar que es El Penacho de Moctezuma, ni que no lo es; aceptar lo que los propios austriacos reconocen, es decir, que se trata de un penacho mexicano e intentar negociar un acuerdo de cooperación que permita traer ese bien cultural en comodato.
Cordialmente
El emba, empenachado.
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