El emba anda nostálgico al constatar que ha empezado el proceso de exámenes de ingreso al SEM para 2021, de suerte que se ha puesto a revivir la maravillosa experiencia de su propio examen.
Cuando en 1972 se publicó la convocatoria para el examen, el emba (en aquellos tiempos “el Jubar”) rompió el cochinito y se trasladó al DF, con la mira de tomar el propedéutico que ofrecía la UNAM. El curso fue muy útil pues estaba diseñado sobre el modelo del examen. Cada semana se impartía una materia de lunes a viernes y los sábados se examinaba a los alumnos, quienes solamente tenían una oportunidad en cada caso, es decir, si reprobaban una materia estaban obligados a abandonar el curso. Así era el formato, similar al del examen.
Se presentaban nueve materias en examen público, abierto, oral, con tres sinodales. Las materias eran tres de Derecho: Constitucional, Internacional Público e Internacional Privado; tres de economía: Economía Política, Geografía Económica y Comercio Internacional; y tres más de relaciones internacionales: Relaciones Internacionales, Política Exterior y Organismos Internacionales. Además, debía escribirse una tesis y comprobar la posesión de dos idiomas, uno a nivel dominio y otra al de traducción. El primero debía ser forzosamente inglés o francés; el otro era libre.
Rápidamente se percató el Jubar de que había una notoria desventaja en favor de los capitalinos. Muchos sinodales eran los autores de los textos usados en la Universidad, lo cual contribuía al natural nerviosismo de los cursantes; pero los del Distrito Federal casi siempre ya habían llevado la clase precisamente con esos maestros y, lógicamente, habían tenido tiempo para familiarizarse con ellos, para perderles el miedo, para desmitificarlos…No así los de provincia.
Si a ello agregamos el acceso cotidiano a material de consulta actualizado, así como a conferencias, artículos y comentarios especializados; sin olvidar que varios concursantes ya trabajaban en la Secretaría de Relaciones Exteriores, se apreciará mejor lo sesgado del esquema. Por esa razón el porcentaje de concursantes del interior de la república (como dicen en la televisión) era bajo, pero más bajo aún resultaba su promedio de ingreso.
Muy pocos de los compañeros en aquel curso lo acompañarían en el viaje por el escalafón del Servicio Exterior, pero al menos uno es digno de mención, porque su caso es en verdad notorio.
En efecto, uno, de nombre Ernesto Parres (+), se acercó varias veces al Jubar para pedirle algunas explicaciones en clase, incluso se ofreció a llevarlo y traerlo al Instituto a cambio de cierto auxilio en el estudio. Al terminar el curso, el Jubar se regresó a Sinaloa a pasar diciembre con su familia, no sin antes recibir una tentadora oferta de Ernesto: “a tu regreso”, le dijo, “quédate con nosotros; tú no pagas renta y yo te tengo a la mano para el tramo final de estudios”. De inmediato aceptó y se aseguró la estancia en enero de 1973, así como durante los exámenes (todo febrero). La esposa de Ernesto se había echado a cuestas la tarea de mantener la economía hogareña para permitirle a él estudiar de tiempo completo.
Era ella una periodista muy dinámica, simpática e inteligente, a la sazón colaboradora de revistas como Contenido y Vanidades, mientras iniciaba una carrera en televisión. Su nombre: Paty Chapoy. Durante dos meses, Paty mantuvo a ambos, pero no conforme con ello insistió hasta que el Jubar llevó de visita a su esposa e hijo. La Mariana coadyuvó como pudo a aquella empresa, acompañando a Paty en sus correrías y ayudando en las entrevistas. Mientras tanto, los hombres de la casa estudiaban.
El Jubar se preocupaba especialmente por las materias ajenas a su carrera de abogado, pero era el asesor ideal para Ernesto en los temas jurídicos. Además, se entendían bien y se llevaban mejor.
El sistema del examen permitía exentar algunas materias cursadas y aprobadas durante la carrera, pero eran acreditadas con la menor calificación aprobatoria: 60 de 100. Aun así, el Jubar ponderó la conveniencia de aprovechar la oferta y dedicar ese tiempo al estudio de las asignaturas no cursadas, las cuales debía dominar de manera autodidacta. Al final decidió evitar el examen de Economía Política, lo cual, como todo, tuvo un costo.
En febrero de 1973 se inició el concurso con la materia Derecho Constitucional. Eran cerca de 200 participantes de todos los orígenes y estratos sociales, sin duda con marcada mayoría de capitalinos. Para el Jubar era un todo o nada de dramáticas implicaciones porque respondía a su vocación, pero además porque respondía por una familia de tres.
Conforme avanzaban por orden alfabético hacia la “H”, los concursantes iban dando a conocer sus impresiones del examen, de los sinodales (había tres mesas dado el número de aspirantes) y de sus respuestas. A nadie parecía irle bien.
Del más exquisito pánico, el Jubar fue pasando a la total resignación: imposible considerar para él un mejor destino que el de todos esos elegantes y seguros señores (ninguno parecía muchacho), quienes se quejaban amargamente de la dureza del licenciado fulano o la doctora mengana. Cuando al fin lo llamaron y sacó la ficha de la urna, sentía todas las miradas sobre él y hasta creyó escuchar algunas risitas burlonas.
Pero en cuanto empezó el examen todo se borró; con enorme regocijo se dio cuenta de que ¡sí sabía!, no iban a poder sacarse de la manga una pregunta inesperada; aquello era Derecho Constitucional, daba lo mismo si había sido impartido por Rodolfo Monjaraz, como le sucedió a él, o por el mismísimo Felipe Tena, como presumían muchos de los concursantes.
Los resultados dejaron en el Jubar un sabor agridulce: obtuvo 90 de 100 puntos; pero al mismo tiempo fueron eliminados más de la mitad de los concursantes, muchos de ellos amigos que estudiaron junto con él desde septiembre anterior. La lista se redujo y los sobrevivientes comenzaron a conocerse entre sí.
Por múltiples razones, entre ellas la de ser de los pocos abogados concursantes, se inició una cálida relación con Andrés Valencia (+), de deslumbrante inteligencia y sorprendente erudición para su edad. A pesar de ser amistosos rivales por los primeros lugares del concurso, nada empañó la evidente simpatía.
Un mes después el grupo sólo incluía a 21 concursantes. El Jubar aparecía en tercer lugar y ya para entonces era evidente que haber revalidado la materia de Economía Política le había costado por lo menos un escalón (se le otorgó calificación de 60), pues sus compañeros y amigos sí se presentaron y obtuvieron 100. Pero siempre consideró el tiempo ahorrado y dedicado a otros temas como determinante para llegar a la meta y no hubo amargura. Sin embargo, quedaría la eterna duda: ¿y si se hubiera presentado?
He aquí un dato curioso: para el primer idioma escogió el inglés -que dominaba por haber cursado un semestre de High School en Los Ángeles- y para el segundo puso italiano, lengua nunca estudiada formalmente, más allá de ciertas canciones memorizadas durante las cantadas; pero obtuvo mejor calificación en éste que en aquél, en buena medida porque el tema entregado para traducción era un artículo periodístico que ya antes había leído.
La nota amarga la dio Ernesto Parres, quien se volvió un manojo de nervios en el último examen y ahí fue eliminado.
A la postre ingresó al Servicio Exterior y como primera adscripción fue enviado a la Embajada de México en Chile. Ahí se cubrieron de gloria ambos, Paty Chapoy también, cuando trabajaron frenéticamente para sacar a los asilados durante el golpe contra Allende. Con una determinación verdaderamente admirable, superaron todos los obstáculos. Incluso con riesgo para sus personas, recorrían los hospitales y trasladaban a los heridos a la Embajada, donde el número de asilados crecía constantemente y había por tanto agobiante trabajo.
Como primera adscripción aquella fue una verdadera prueba de fuego para la pareja, de la cual salieron con banderas desplegadas.
Conocidos los resultados del examen de ingreso al SEM, quedaron como finalistas 21 compañeros, sólo que se concursaban 20 plazas. El Canciller Rabasa resolvió que se aceptara a los 21 aprobados y empezaron los festejos. Además, se seleccionó a media docena de ellos para viajar a Washington y Nueva York, a unos cursos en la OEA y la ONU para jóvenes funcionarios de las cancillerías de la región.
El Jubar era uno de ellos, así como Andrés Valencia. Pero esa es otra historia. Ya se las contará el emba.
Saludes
El emba; nostálgicamente.
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